Nos ha
tocado vivir una época en la que nuestros gobernantes no nos gobiernan –sólo
nos mandan, y a veces ni eso-. El nuevo Líder son los mercados, el dinero, la
coyuntura, el capital. Somos rehenes de un sistema que ha suplantado a la
democracia. El poder ya no nace del pueblo, ni siquiera muere o pasa por él.
Las corporaciones multinacionales, incluyendo los grandes bancos, tienen la vara
de mando y ansían que ésta sea cada vez más larga.
Gavras
nos retrata en su película el ascenso de un joven y entrenado financiero, Marc
Tourneil, a la presidencia de uno de los principales bancos europeos.
Lejos de convertirse en marioneta de los viejos accionistas, que esperan que su paso por tal puesto sea efímero y sin ruido, Tourneil deviene en un depredador más, ambicionando mayores cotas de poder (o dinero), aunque ello implique actuar sin escrúpulos ante sus empleados o ante la sociedad.
Lejos de convertirse en marioneta de los viejos accionistas, que esperan que su paso por tal puesto sea efímero y sin ruido, Tourneil deviene en un depredador más, ambicionando mayores cotas de poder (o dinero), aunque ello implique actuar sin escrúpulos ante sus empleados o ante la sociedad.
El personaje
de Tourneil nos muestra, como decimos, un carácter insaciable. Se cree, como
todos los peces gordos, imprescindible para que su sistema (el sistema de
todos, finalmente) siga funcionando. Tourneil es capaz de desdeñar los logros
sociales alcanzados en la vieja Europa (ya prácticamente muerta), parte de los
cuales habían sido posibles con la intermediación de la banca tradicional, para
convertirse en un mero instrumento más de un avaricioso mecanismo. No duda en
llevar a cabo “reconversiones de personal” para mejorar unos pocos puntos la
rentabilidad de su corporación, siendo su cinismo tal que exige una comisión
por cada despido efectuado.
Gavras
pretende mostrar por tanto, además de un esbozo de las injusticias que nuestro
actual régimen genera, las debilidades de sus ejecutores. El deseo de Tourneil
por llegar a la cima incluye la omisión de la personalidad de los que le rodean
(la escena en que obliga a su mujer a vestirse de alta costura –“ahora eres la
esposa de un banquero” – o cuando en una comida familiar se le recrimina lo
despiadado de su empleo para con la sociedad, siendo su reacción levantarse e
irse), pero también le hace caer en tentaciones más mundanas, como queriendo a
través de las mismas liquidar las frustraciones que surgen de su imparable
ascenso a cualquier precio.
El
Capital es una película necesaria, como también lo fueron Margin Call o el
documental Inside Job, filmes que nos acercan parte (aunque sea mínimo) de lo
que se mueve en las altas esferas del poder, que nos muestran los entresijos
del sistema y nos animan a ser más críticos y menos conformistas. Que nos
revelan las debilidades de los que mueven los hilos, sus ambiciones y deseos.
Que hacen patente una situación que nos guste o no es la que tenemos. Por lo
menos hasta que todo estalle.
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