miércoles, 27 de noviembre de 2013

Cine: El Capital, de Costa Gavras (2012)

Nos ha tocado vivir una época en la que nuestros gobernantes no nos gobiernan –sólo nos mandan, y a veces ni eso-. El nuevo Líder son los mercados, el dinero, la coyuntura, el capital. Somos rehenes de un sistema que ha suplantado a la democracia. El poder ya no nace del pueblo, ni siquiera muere o pasa por él. Las corporaciones multinacionales, incluyendo los grandes bancos, tienen la vara de mando y ansían que ésta sea cada vez más larga.
Gavras nos retrata en su película el ascenso de un joven y entrenado financiero, Marc Tourneil, a la presidencia de uno de los principales bancos europeos.
Lejos de convertirse en marioneta de los viejos accionistas, que esperan que su paso por tal puesto sea efímero y sin ruido, Tourneil deviene en un depredador más, ambicionando mayores cotas de poder (o dinero), aunque ello implique actuar sin escrúpulos ante sus empleados o ante la sociedad.

El personaje de Tourneil nos muestra, como decimos, un carácter insaciable. Se cree, como todos los peces gordos, imprescindible para que su sistema (el sistema de todos, finalmente) siga funcionando. Tourneil es capaz de desdeñar los logros sociales alcanzados en la vieja Europa (ya prácticamente muerta), parte de los cuales habían sido posibles con la intermediación de la banca tradicional, para convertirse en un mero instrumento más de un avaricioso mecanismo. No duda en llevar a cabo “reconversiones de personal” para mejorar unos pocos puntos la rentabilidad de su corporación, siendo su cinismo tal que exige una comisión por cada despido efectuado.



Gavras pretende mostrar por tanto, además de un esbozo de las injusticias que nuestro actual régimen genera, las debilidades de sus ejecutores. El deseo de Tourneil por llegar a la cima incluye la omisión de la personalidad de los que le rodean (la escena en que obliga a su mujer a vestirse de alta costura –“ahora eres la esposa de un banquero” – o cuando en una comida familiar se le recrimina lo despiadado de su empleo para con la sociedad, siendo su reacción levantarse e irse), pero también le hace caer en tentaciones más mundanas, como queriendo a través de las mismas liquidar las frustraciones que surgen de su imparable ascenso a cualquier precio.

El Capital es una película necesaria, como también lo fueron Margin Call o el documental Inside Job, filmes que nos acercan parte (aunque sea mínimo) de lo que se mueve en las altas esferas del poder, que nos muestran los entresijos del sistema y nos animan a ser más críticos y menos conformistas. Que nos revelan las debilidades de los que mueven los hilos, sus ambiciones y deseos. Que hacen patente una situación que nos guste o no es la que tenemos. Por lo menos hasta que todo estalle.

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