viernes, 24 de enero de 2014

Porque sí nos gusta el fútbol

El fútbol es así. Desarrollemos el tópico...
El deporte considerado como más popular del mundo atrae a los hombres cual boñiga a nube de moscas. En un alarde de solidaridad para con nuestra pareja, decidimos embarcarnos en la fatal aventura de acompañarle una tarde al campo.

Ayude acaso también la coincidencia de que te has quedado sin plan con las chicas y, como fuiste ayer a la pelu, tienes la esperanza de que una ambiciosa cámara de televisión te descubra de entre los mas de los 50.000 espectadores y aparezcas en las noticias de los deportes mientras los comentaristas proclaman juicios obscenos sobre tu persona mientras una sonrisa interna de satisfacción recorre lo más profundo de tus entrañas.
No obstante, el devenir de los hechos es ligeramente divergente. Tu chico te está metiendo prisa desde antes de salir de casa porque vais a llegar tarde y no vais a encontrar sitio para aparcar. Te recorres la Avenida Blasco Ibañez en 0,2 minutos con tus tacones echando chispas sobre el asfalto entre oleadas de gorilas ataviados con bufandas y con esas atronadoras trompetas de plástico que, con su sonido estridente, alteran la sensibilidad de cualquier ser humano, no digamos la tuya. Pero aún no hemos perdido la sonrisa y agarramos firmemente a nuestro chico por el brazo, claro símbolo de nuestra más ardiente pasión y, por qué no decirlo, amén de no morir aplastadas por la masa enfervorecida. Eso sí, muy dignas siempre.
 
Cuando por fin accedes al recinto, te diriges a tu asiento mientras decides si pensar, o no, en si el que esos huecos se llamen vomitorios va a tener algo que ver con parte del espectáculo al que has elegido voluntariamente asistir.
Hemos llegado a nuestros asientos, objetos sobre los que deben haber desfilado todo un pelotón de fusileros. Más mierda no les caben. Y tú con tus mejores galas piensas si antes de haber salido de casa no deberías haber navegado en Internet a ver qué dicen los foros de Vogue acerca de la vestimenta ideal para ver un partido de  fútbol. Decides sentarte al borde del emplazamiento para permanecer en esa postura de forma imperturbable el tiempo necesario que dure el evento.
 
No recuerdas haber visto fumar puros en años, pero adviertes que todos los hombres sentados a tu alrededor lo hacen, mientras tu fragancia de DKNY, elegida especialmente para la ocasión, se va esfumando poco a poco, de igual manera que lo que antes era tu sonrisa.
Empieza el partido. Te das cuenta a los 10-15 minutos porque te habías quedado empanada mirando   cómo unos niños monísimos con petos multicolor pliegan minuciosamente una pancarta enorme que habían mantenido extendida sobre el césped. Tomas nota para la próxima vez que recojas las sábanas del tendedero, o dobles el hule de la mesa del comedor.
Empiezas a prestar atención a lo que, se supone, has venido a ver. Primero de todo preguntas a tu chico vuestras preferencias, es decir, con qué equipo vamos?.... Aháaa, mmm, ya bueno, pero son los de naranja o los de verde?
Solventadas las primeras dudas, consigues concentrarte unos minutos en el juego, pero de repente, un grupo de espontáneos se ponen a entonar unos cánticos que no consigues descifrar, aunque ciertas personas a tu alrededor deben haberlos escuchado también en alguna discoteca, porque se arrancan en un airoso acompañamiento musical.
Cada vez te sientes más cómoda e integrada en el ambiente y sigues el juego con atención. En cierto momento, el equipo contrario avanza el marcador y los espectadores demuestran profusamente su descontento, tu chico incluido, que se revuelve en su silla mientras se manifiesta verbal y groseramente en contra de la jugada. Te da tanta pena verlo sufrir que te acercas a él, le rodeas con tu brazo y le das un besito en la mejilla porque está guapísimo cuando se enfada; pero no parece ser el momento idóneo para dichos arrumacos y te sientes confundida cuando no solamente rechaza tu caluroso abrazo, sino que se vuelve hacia su vecino de asiento (persona desconocida número 1) buscando el consuelo que tú no has podido aportarle e iniciando lo que debe ser una amistad eterna firmada por un puñado de pipas cual arras matrimoniales.
La hostilidad exhibida por el gol contrario ha abierto las puertas a un derroche atroz de insultos, quejas y reclamaciones por parte de la grada vertidas de manera aleatoria sobre el equipo al que quieres, al que no quieres, a su entrenador, al presidente, al árbitro, y a ciertos individuos que se pasean por el borde del campo con banderitas a los que tú todavía no les has conseguido atribuir ninguna función. Pero deben ser personas horrendas, ex convictos reinsertados o escoria humana de esa índole porque nadie les ha proclamado, de momento, respeto alguno.
 
Tal despilfarro de desaprobación ha despertado lo más masculino de ti y ahora gritas como una demente, te levantas del asiento (aprovechas para despegarte un chicle), alzas tus brazos e increpas a todo ser viviente que se cruza en tu campo visual. Tu chico parece absorbido por la misma fuerza sobrenatural que tú; la misma que, quizá, hace que el equipo local remonte el marcador y sí, esta vez, él te abraza con tal fuerza que lágrimas de placer asoman a tus sorprendidos ojos. Ya de paso, abrazas también a Desconocido Número 1, que ha resultado ser un tipo majísimo, y con el que os hacéis un selfie para el Facebook.
Finalmente con una victoria a cuestas, termina el partido. Te sientes plena, satisfecha, aliviada y reconfortada. Ya no importan los humos respirados, los empujones recibidos ni los nuevos insultos aprendidos (casi todos, ciertamente, con claras alusiones al reino animal o a las maravillosas personas que nos trajeron al mundo). Tu pareja te coge de la cintura, te protege, y te conduce delicadamente, a paso lentísimo, todo sea dicho, hacia la salida. Miras a tu alrededor y quieres formar parte siempre de ese júbilo popular mientras te diriges, pletórica, de vuelta a casa.

2 comentarios:

  1. Buenísimo artículo!!!

    Por los comentarios que vierten anónimos, si lo llegamos a escribir José Luís, Valero y yo, nos tachan de machistas, retrógrados y fusilan a nuestras madres.

    Demuestras cordura y las cosas tal y como son desde tu punto de vista, que se de primera mano que gusta y deleita la lectura de muchas mujeres.

    Enhorabuena y adelante!!

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  2. La pobre, con lo bien que se está con los tíos buenos que pasan completamente de fumbol profresioná. Menudos rayaos.

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