“Mi hijo hizo que su
madre llorara, pero salvó a cientos de madres de llorar a sus
hijos”. El padre de Aitizaz Hassan pronuncia no con pesar, sino con
orgullo, estas palabras dramáticas. El primer lunes del año,
Aitizaz, de 15 años, no llegó a tiempo a clase. Al intentar entrar
en el edificio que alberga el quebrado instituto de la localidad
(Hangu, Pakistán), sus profesores le detienen y le conminan a
esperar fuera a que termine la primera clase. Con una mueca de
resignación, el chico sale y se sienta en las escaleras de acceso.
Allí le esperan ya otros dos compañeros. Aitizaz se sienta junto a ellos y se une a sus risas. Al cabo del rato, los tres amigos ven acercarse a lo lejos a un hombre. Por su forma de andar, no lo relacionan con ningún profesor. Le miran intrigados. Cuando la figura empieza a mostrar sus facciones, los chicos se levantan y quedan boquiabiertos: alrededor de su cintura, lleva un cinturón de explosivos. El hombre está lo suficientemente lejos como para que puedan huir; los dos amigos de Aitizaz, en efecto, empiezan a correr al interior del instituto. Al advertir que su amigo no les acompaña, se paran y le gritan. La cara de Aitizaz no es tanto de pánico, como de determinación.
Allí le esperan ya otros dos compañeros. Aitizaz se sienta junto a ellos y se une a sus risas. Al cabo del rato, los tres amigos ven acercarse a lo lejos a un hombre. Por su forma de andar, no lo relacionan con ningún profesor. Le miran intrigados. Cuando la figura empieza a mostrar sus facciones, los chicos se levantan y quedan boquiabiertos: alrededor de su cintura, lleva un cinturón de explosivos. El hombre está lo suficientemente lejos como para que puedan huir; los dos amigos de Aitizaz, en efecto, empiezan a correr al interior del instituto. Al advertir que su amigo no les acompaña, se paran y le gritan. La cara de Aitizaz no es tanto de pánico, como de determinación.
Su pueblo, Hangu, está
situado en un terreno bajo rodeado de verdes montañas. La dureza de
la vida rural, la monumentalidad de las montañas, han conferido al
chico unos rasgos acerados. En las imágenes que la prensa ha
publicado de él se revela un adolescente, casi adulto, decidido,
seguro de sí mismo, consciente. Los últimos años no han sido
fáciles en su región. Su infancia debió ser feliz, dedicada a
compartir juegos con otros niños, ir a la escuela, tal vez recorrer
las montañas con su abuelo, comprendiendo los misterios de la
naturaleza. Hace unos años que se recrudecieron los ataques
talibanes y esa vida idílica se alteró. La gente del pueblo ya se
ha acostumbrado a sustos esporádicos y, mal que bien, logran acabar
sus jornadas con normalidad.
Aitizaz, sin girarse, les
dice a sus compañeros que no, que él no va a huir. Alguien tiene
que hacer algo. “Voy a pararle. Va a la escuela a matar a mis
amigos”. El joven se dirige al hombre, pero ya sabe que llegados a
este punto, el terrorista no va a cambiar de opinión. Sus miradas se
cruzan. No sabemos qué pasaría por la mente del hombre en ese
momento, qué sentimientos aflorarían al darse cuenta de que su plan
de inmolación no iba a resultar todo lo efectivo que pensaba.
Tampoco sabemos qué fue lo último que pensó el chico. ¿En su
familia, en sus compañeros, en sí mismo? Quizás solamente pensó
cómo atacar mejor al asesino para que no se le escapara. Quizás
solamente pensó en las montañas.
Viendo la imagen del joven y heroico quinceañero, ¡¡¡qué gran luchador de sumo ha perdido la humanidad!!!
ResponderEliminarEso es lo unico que se te ocurre decir sobre él? El mundo esta lleno de gente sin corazón.
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