viernes, 12 de diciembre de 2014

Mi fracaso personal – Capítulo 3

Y antes de que me odies
Yo querría disculparme
Por hacer de estos desastres
Una mierda de canción

Julio de la Rosa – Una mierda de canción
Con permiso de mi amigo Crápula, esta vez la historia de fracasos la protagonizará un servidor, en primera persona. Al fin y al cabo, el que firma el artículo soy yo, y ya basta de apropiarme de momentos ajenos para regocijo del lector: aquí he venido a humillarme.


Era Semana Santa, y cuatro amigos y yo tomamos una decisión que se antojaría fundamental. Íbamos a pasar unos días fuera, y la terna de destinos estaba entre Euskadi, el Pirineo Oscense o Benidorm. Primó la insensatez, y el ordenado y sobrio norte dejó paso a lo kitsch y lo garrulo.



Durante el viaje de ida, presentíamos que algo extraordinario iba a pasar. Se llegó a especular con que uno de los amigos, de tendencia catastrofista (se le conoce como el polo de atracción magnética de lo bizarro: lo demostraría con creces ese mismo día), perdería un dedo, cuando menos: así pintaba el asunto.

Dejamos trastos en el hotel y nos dirigimos, directos, hacia un bar del paseo atestado de guiris. Atestado es decir poco. Infestado. La escena es la siguiente: un cantante en una esquina versionando canciones de barrio obrero de Manchester observa, resignado, a su público, hijos de obreros de Manchester. Hombres y mujeres en traje de baño, con prematuras lorzas asomando, horribles tatuajes baratos y pupilas de cristal y de red bull con Jägermeister. Justo después de que una de las tres o cuatro peleas que hubo en unas horas estuviera a punto de culminar en desgracia, cuando una botella arrojada violentamente contra el artista que en esos momentos destrozaba el Delilah de Tom Jones impactó a pocos centímetros de su sien izquierda, divisamos la perdición.

Ya empezábamos a preguntarnos qué demonios estábamos haciendo ahí, cuando vemos en la cola de los servicios a una guapa morena, a todas luces española, y que parecía ser la única persona no drogada del local. Llevaba una rebequita blanca que acentuaba sus grandes ojos color avellana, a los que costaba mirar. Era, en definitiva, una de esas mujeres, para que nos entendamos, que cuando te dispones a besarlas se te pasa la vida por delante.

Claro, no teníamos otra: vamos con ella y sus dos amigas. Estamos algo más de una hora sentados en su mesa, mientras a nuestro alrededor la Pérfida Albión iba cayendo poco a poco en un estado cercano al coma inducido. Parece ser que en cierto momento decidimos ir a otro sitio, dado que allí la cosa languidecía. Cuando me quiero dar cuenta, sólo vamos los cinco tíos. Todo está perdido. Dos de los nuestros van al hotel a cambiarse, lo cual siempre suele ser un error. Los otros tres nos metemos en un bar rockero, del que finalmente un amigo y yo salimos persiguiendo a dos gordos que se estaban peleando entre ellos. En eso estábamos, prendiendo la llama, cuando el amigo bizarro nos manda un temible whatsapp: “entrad”. Entramos, con la inquietud de que hubiera tonyinas también ahí dentro, pero encontramos al amigo con las tres chicas. Nos desplegamos siguiendo el orden natural que Dios creó: cada uno con una.
Yo hablaba con una de las amigas de la de la rebequita blanca; el bizarro, con la otra amiga. En cierto momento, mi circunstancial pareja se apunta mi teléfono; no es que se lo dé para que se lo apunte mecánicamente en el móvil, sin presionar al botón de guardar para después disimuladamente borrarlo, sino que se acerca a la barra, pide papel y boli y me los da para que yo escriba. Esto requiere un fuerte acto de voluntad; algo sorprendente a tenor de lo que en un momento descubriríamos.

Mientras tanto, el amigo bizarro mantiene una animada charla con la tercera en discordia, que incluye bailes apartados del grupo. En un momento dado, ella le dice “¿me acompañas fuera a fumar?”, él accede. Salen fuera. Poco a poco avanzan hasta la arena, dando un breve paseo romántico en lo que parecía el preludio del amor de una noche de primavera. Se besan: unos picos. De repente, tres frases consecutivas, terribles, hacen que a mi amigo le entre un extraño cosquilleo en el bajo vientre. Primero, ella le afirma que prefiere, con mucho, Barcelona a Madrid (lo sé, éste es un dato que a la mayor parte de los lectores no le dirá nada, pero el perspicaz amigo ya se puso en alerta). Luego, él le está hablando de Nueva York, y ella le comenta que le gustaría llevar allí a su pareja. Él se quiere asegurar, y repregunta, como Ana Pastor en El Objetivo. La chica despeja todas las dudas: “pues a ella...”.

En ese instante, yo hablaba ya con la chica de ojos color avellana. Al cabo, salimos fuera y nos encontramos una escena post-apocalíptica. Sus amigas quieren irse, después de que haya pasado lo inevitable: la chica del paseo ha vuelto apresurada hacia el bar, buscando los hombros de la otra amiga, ante la que llora desconsolada.
Y es entonces cuando se me confiesa la razón última de semejante panorama: esas dos chicas son lesbianas, y son novias.

La chica de ojos color avellana, tras un aparte, me dice “nos vamos; para ellas, la fiesta se ha acabado”. Nosotros nos quedamos parados, con nuestros sombreros recién comprados en un puesto de la playa (en toda gran historia hay sombreros), apenas conscientes de lo que había pasado, patéticamente viéndolas alejarse, sin remedio. Aún tuvo tiempo, el infeliz que ya planeaba un viaje a Nueva York, de murmurar entre dientes, sin convicción: “bueno, ya si eso me llamas”.

Testigo de esa noche queda una sola foto borrosa, desenfocada. Al centro, mi sombrero y yo abrazamos a dos de las chicas; los tortolitos del paseo posan cerca el uno del otro, litros de alcohol alrededor de nosotros. Un rayo de luz ilumina, desde la esquina superior derecha, a la chica de los ojos color avellana, que se toca levemente la cara, discreta. Un jevi, al fondo, da un trago a su tercio, ajeno a todo.



Al día siguiente, volvemos a Valencia: inútil continuar otro día más en esa ciudad improbable. Nuestra conclusión fue una: era más probable que el amigo bizarro perdiera un dedo, a que deshiciera una pareja de lesbianas después de haberse enrollado con una de ellas. 
Anteriores entregas de la serie:
           Capítulo 1
           Capítulo 2

No hay comentarios:

Publicar un comentario