sábado, 6 de diciembre de 2014

Una semana en el motor de un autobús - III

Por Javier Valero - @Valero_VLC

Lunes

Antes de trabajar donde trabajo ahora, pasé siete años de mi vida sirviendo a una multinacional de las llamadas Big 4. Conservo de allí muchos amigos, varios de los cuales colaboran (cada vez con menor frecuencia, ejem) en este blog. No hay uno normal. El proceso de selección de personal debe de prepararlo un maníaco depravado, a tenor de lo que veo a mi alrededor. Por las azuladas moquetas de nuestra oficina ha circulado un rosario de seres inmorales, aterradores. Está el grupo de antidemócratas nostálgicos de José Antonio, que abogan (en serio) por liarse a tiros y montar una nueva guerra civil, que se nos está quedando la juventud mohína; hay que despertarla. Están los jugadores de tragaperras y bet365, los insociables que odian al resto del mundo, los misóginos, los que guardan el número de la gitana del barranco de Almassora, los fracasados sociales, los estancados, los ultracatólicos de banderitas de España en la muñeca, los que atesoran unas cuantas historias con mujeres que harían palidecer al más canalla, los que se empeñan en desafiar la standard creepiness rule, los que no encuentran su lugar en el mundo, pese a que cuarenta años les contemplan. En definitiva, a parade of drunken assholes, como dice el niño de Boyhood. Es sorprendente comprobar cómo lo más despreciable de la sociedad se aloja entre tests de journal entries y matrices de riesgos. Por eso, mi madre no sabe que trabajé de auditor en una Big 4; ella todavía piensa que fui pianista en un burdel.


Martes

A propósito del caso de la señora de Vallecas desahuciada de su casa hace unas semanas, varios de los que se pueden enmarcar en los antidemocrátas que he citado más arriba, autodeclarados defensores de la unidad de la Patria, justifican, voz muy alta, el hecho de dejar a la mujer en la calle. Al fin y al cabo, dicen, la culpa es de su hijo, que fue el que le pidió el aval para firmar la hipoteca. 

Efectivamente, eso fue así. Su hijo tiene responsabilidad. Pero creo que no es compatible erigirse defensor de España y a la vez mostrarse de acuerdo con que una señora de más de 80 años acabe debajo de un puente. Que haya sido una empresa, un club de fútbol, el que haya tenido que poner medios para arreglar esta situación, en lugar del Estado, habla mal de la concepción misma de España como país. Y supongo que el banco que, en su momento, concedía créditos e hipotecas tan alegremente (¿ya que está, no querrá también amueblar la casa? ¿Y dónde va con ese coche? ¡Tome, 30 mil euritos más, y se compra uno mejor!) tampoco debería ser despreciado. Aquí no se salva ni el apuntador.

Jueves

Ni al bar se puede ir ya con la conciencia tranquila. Les cuento. Acostumbramos a ir casi cada jueves desde hace años, a veces también otros días de la semana, al mismo bar. No le suele faltar gente, pero aun así me atrevería a decir que un 30% de la facturación mensual la hacemos el grupo de drunken assholes y sus circunstanciales invitados. No tiene nada de especial el bar: dentro hace calor en verano y frío en invierno, han puesto una mesa en nuestra esquina de la barra, hay que subir unas escaleras para acceder que no son sencillas de tratar cuando los gintonics han empezado a rodar. En una ocasión, hasta hubo una camarera que nos sisaba dinero. Pero también han pasado otras, en especial una de ellas, morena de Guayaquil, que aparte de bella nos trataba como a reyes. Hace unos meses dejó el bar, o el bar la dejó a ella, pero la mayor pérdida la sufrimos nosotros. Ahora trasegamos alcohol con nostalgia, recordando aquel baile al ritmo de Strangers in the night. Con morriña. Pero todo cambió hace apenas tres semanas. Ha abierto un nuevo bar justo enfrente y, avispados los dueños, han buscado a Guayaquil y la han contratado.

Ahora nos encontramos con la tremenda disyuntiva. ¿Bar de siempre o bar regentado por nuestra camarera preferida? No es una decisión sencilla. No siempre ganan fácilmente dos tetas, y es que al final "un hombre es un hombre y, como tal, se aferra a su rutina como perro a su almohada. Es más, le gusta. Adora la rutina. Las rutinas son los muelles y el rochete que hacen funcionar el reloj de todo hombre de bien".

De momento, va ganando nuestro estado ideal: la incertidumbre, la indecisión, ir a por los dos a la vez, so pena de quedarte sin ninguno. Informaremos de nuestra decisión última.

Viernes

Los drunken assholes solemos hacer bastantes cenas de despedida de compañeros. El alcohol y los vicios personales rápidamente acaban con nuestra firmeza y nos vemos obligados a abandonar con relativa celeridad el calor de la hoja Excel y de los triples ticks rojos. Normalmente, las convocatorias para estas cenas suelen contar precisamente con eso, con una cena, y con  el anuncio de una discoteca despreciable a dónde ir a escuchar (nunca bailar, que usted no es Chayanne) el Happy de Pharrell, mientras cada uno, con sólo una mirada al resto del grupo, ha hecho saber cuál era su objetivo para esa noche y la tiene empotrada contra una columna con ella, pobre, intentando escapar de su colonia barata.

Pero el verdadero crápula, el verdadero hombre de bien, el verdadero drunken asshole, de lo que disfruta de veras es de la Previa, concepto frecuentemente denostado por el respetable. Está bien no ir a la cena, a veces incluso es recomendable, pero por nada del mundo se puede perder uno la Previa. La Previa es el momento en el que se tejen alianzas, el momento de distensión. La Previa es la primera cerveza, es el ir recibiendo a los asistentes al ágape. Es el origen, el génesis. Dios creó la Previa, y se quedó en ella; no llegó a la cena. En ocasiones, la Previa se alarga tanto que llega a enlazar con otra Previa, y cuando se quiere dar cuenta se halla usted saludando por primera vez a gente a la que ya ha saludado por primera vez. De la Previa se sale, pero no se entra.

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