La decisión de la FIFA
de impedir que el Fútbol Club Barcelona haga fichajes durante los dos próximos periodos es una auténtica condena para todo el
aficionado al balompié. La hegemonía de los catalanes durante los
últimos años ha sido absoluta, y ello nos ha privado de disfrutar
del fútbol, porque convendrán conmigo en que el Barça juega a otra
cosa. Lo de los culés es una combinación imposible y exasperante de
prepotencia, infinitos granos de arena, buenismo, desprecio y
proselitismo. Es como el amigo apuesto que pide Coca-Colas mientras
para ti no hay suficiente whiskey en la ciudad. Vuelve a casa hecho
un pincel, acompañado, con la camisa impecable y sin hacer el
ridículo, cuando tú, desarmado y enterrado, apenas puedes vocalizar
la palabra taxi. Y al día siguiente tu amigo te recrimina tu
desfase.
Decimos que es una
tortura porque ya dábamos por terminada la época de los aburridos
Xavi, Iniesta, Puyol, Messi o Piqué, pero prevemos que si la sanción
se ratifica nos va a tocar seguir viendo partidos insulsos de esta
caterva de señoritos. Sin embargo, el lado más gratificante de todo
esto es que será bello veros caer, mis queridos blaugranas. Ansiamos
los días en que apenas os quede resuello para dar otro pase
horizontal, optéis por la patà i avant, y ahí os hundiréis en el
fango. Tú y yo lo sabemos.
No pretendan interpretar
este texto como el desprecio del que Fernán Gómez habla en La Silla
de Fernando, el desprecio que el español siente hacia el éxito del
prójimo. Al contrario. Nos alegramos del éxito de equipos
aguerridos, luchadores y ganadores como el Atlético de Madrid de
Simeone, sabemos apreciar sus éxitos. Hombres que se superan a sí
mismos, que dan más como conjunto que la suma de las
individualidades. Lo que aborrecemos del Barça es precisamente eso,
el aburrimiento que produce al espectador. No comprendemos como puede
gustar a nadie el juego del Barcelona, ni a aficionados propios (¿qué
sentido tiene celebrar el quinto gol a favor todos los domingos?) ni
a ajenos (ver a tu equipo, -que, por cierto, ha salido con los
reservas, para qué malgastar efectivos en partidos imposibles-
impotente, espectador del infinito rondo, es adormecedor), y sin
embargo gusta. Curiosamente, nos encontramos que el juego blaugrana
es valorado sobre todo por aquellos a quienes no les gusta el fútbol.
El Barça es el Fito y Fitipaldis del balompié.
Tal vez el éxito del
Barça entre muchos compatriotas es reflejo del estado narcotizado de
la sociedad española. Como mezclando con una cuchara el polvo blanco
y el marrón en un mundo creado por Aldous Huxley, el español común,
en el jardín de la duermevela, queda contento con el estado actual
de las cosas, con la no asunción de riesgos. Abomina del juego duro,
de la batalla, del codo que se escapa, de la ceja partida, del
despeje en largo y que corra el nueve. El toque en mediocampo,
respetar al rival aunque sea el Llagostera y le vayas a meter siete.
Esa clase de insensateces de las que, hasta la lamentable decisión de la FIFA,
ya empezábamos a vislumbrar el final.
Por ello, como profundo
detractor del infinito rondo, nada nos alegraría más que se
revocara la sanción. Cambiar jugadores y modelo para volver a tener
20 equipos de fútbol en Primera, y no 19 más la compañía de
ballet del teatro Bolshoi.
Aunque acabes la noche
con la camisa por fuera del pantalón. Que tampoco pasará nada.
Se plantea este mismo argumento con La Roja? Entiendo que no verá el mundial. O mejor dicho, que no querrá que lo gane su patria... Me equivoco?
ResponderEliminarAbsolutamente. Dado que gran parte de los componentes de eso que llaman, infantilmente, "La Roja" (¿"la Roja" no ha sido siempre la selección chilena?) son del FCB, y el entrenador carece totalmente de personalidad, no me declaro admirador del juego de ésta. Sin embargo, cómo no voy a desear que gane la selección española por encima, de por ejemplo, la selección costamarfileña. Qué tendrá que ver.
EliminarCon todo, siendo las horas de los partidos intempestivas para el espectador europeo, muy probablemente no haré excesivos sacrificios ni malgastaré horas de sueño o de barra de bar.