No me amarga el sabor de la derrota
Del fracaso ya he sido compañero
Del fracaso ya he sido compañero
Otra inútil canción para la paz – Extremoduro
A estas alturas del partido, Crápula ya empieza a acumular suficientes
desdichas como para dedicarles una serie en el blog. Tomando como nombre de la
sección el disco de Astrud, Mi fracaso
personal, nuestro amigo nos relatará alguna de sus historias de escombros,
de tierra yerma y vidrios rotos. Como apunta Juan Tallón, recordando una cita
de la maravillosa película de Antonioni La
notte, “va bien insultarse de cuando en vez. Sirve para poner las
cosas en su sitio, para animarse” (la escena final de esta película, que también
se las trae, la abordaremos en un capítulo posterior).
El primero de sus relatos tiene
lugar una noche de viernes. Estaba él en un bar con un grupo de amigos,
atónitamente sentado (como ya saben ustedes, Crápula acostumbra a apoyar su
camisa remangada en la barra del bar; algo raro, debió haber pensado, iba a
suceder aquella noche). Su barman le había servido un gintonic de los suyos,
Martin Miller’s, seco, sin florituras, cantidades precisas y presentación
sobria e impecable. Posiblemente sonaba algo de Neil Young o de Johnny Cash por
el estéreo (a Crápula le encanta utilizar palabras como estéreo; le
disculpamos). Sin previo aviso (justifica Crápula que tenía el radar apagado
por el mero hecho de haberse sentado), una voz femenina les dice “Perdonad;
estoy esperando a unos amigos… ¿os importa que me siente con vosotros mientras
vienen?”. El grupo de Crápula no esperaba una entrada de este calibre. Al fin y
al cabo, su ciudad está un poco anticuada en lo que atañe a las relaciones
personales; todo suele requerir de más artificiosidad. Sin embargo, Crápula,
haciendo valer una de sus máximas (“uno tiene que saber adaptarse a todo tipo
de situación”) reacciona rápido, estira el brazo y le acerca una silla próxima,
casi antes de que el resto se dé cuenta.
La chica es menuda, morena, de
conversación chispeante. Tiene el pelo corto y una risa bonita. Se dedica a
algo relacionado con el arte y el espectáculo, no se sabe bien qué. Crápula y
ella hablan de nombres comunes relacionados con su trabajo, personajes públicos
de culto, lo que le transfiere un aire encantador de bohemia. Pronto, las rodillas
de Crápula vuelven a su posición natural (rectas, altas, rozando el taburete
frente a la barra – reconocerán a un canalla por el desgaste de sus pantalones
en la zona de sus rodillas: inexistente). Así, ya relajado por estar en pie,
llega el momento en que Crápula queda embelesado. Él le comenta algo que a ella
le resulta interesante y, oh demonios, se lo apunta. Pero no crean que como
cualquier vulgar muchacha se pone a aporrear frenéticamente su iPhone; no, ella
saca una gastada libretita, busca la última página en blanco y lo anota.
Crápula siempre dice que los detalles marcan la diferencia. Ahí le damos la
razón. Detallazo.
La noche transcurre por el mismo camino. Crápula se siente francamente
interesado por la conversación (eufemismo para decir “por la chica”; al final
resultará que nuestro amigo es un tímido redomado). Ella le da la dirección de
su blog (sí, tiene un blog), tras lo cual, no sabe por qué motivo, se separan
con un abrazo y un beso y cada uno se va por su lado. Al llegar a casa, lo
primero que hace es consultar su blog. Le encanta (yo insisto, pero Crápula
sólo alcanza a decir con una mirada triste, perdida, plagada de recuerdos, “me
encanta”). Evidentemente, no puede hacer otra cosa que escribirle en privado
cuánto le ha gustado el blog, y cuánto disfrutó de ella aquel día en aquel bar.
Ella responde rápido; agradece sus palabras, admite que ella también lo pasó en
grande, pide disculpas por el asalto: entra al juego. Un par de intercambios de
correos más, entre los cuales ella le confiesa que cambia de ciudad (luego,
Crápula comprobará en los comentarios del blog que la historia se sostiene – no
quería pensar que ella se lo estaba apartando de encima). Él le propone volver
a verse, compartir un último gintonic. Ella accede. Él propone día. Ella,
silencio.
….
..
.
Hasta el día de hoy. Este redactor queda algo desconcertado. Por la
historia de Crápula, y cómo la ha leído entre líneas, pensaba que la cosa iba a
tener un final distinto. Le pregunta si los hechos se quedan ahí, si no ha
intentado nada más, un mail más, algo. En ese momento a Crápula le cambia la
cara. Se le pone su media sonrisa de bribón, apura la copa de coñac y, con los
ojos entrecerrados, me mira. Llegados a este punto, dejemos que hable él en
primera persona:
“Pues mira, amigo. Al cabo de una semana sin obtener respuesta de la
tía, recordé un texto de Manuel Jabois; creo que lo titulaba Novia. Contaba una historia parecida a
la mía. Manuel conocía a una morena en una discoteca; el tema también le estaba
yendo bien hasta (se me quedó marcada esta frase) “antes de desaparecer como
las aves de paso, que a veces se van de la cama tan despacio que parece
que lo hacen levitando”. Ella le había
dado su teléfono, así que Manuel le manda mensajes de texto, que ella no
contesta. Claro, él no se lo explica (mira, tío, la foto de Jabois, claro que
no se lo explica, el hijo de la gran puta, con ese pelazo). Su reacción es
pensar que ha apuntado mal el número. También tenía su email, así que lo
intenta por ahí. Y nada, nano. Una semana después le envía un nuevo sms en el
que le pregunta si no creía que era poco elegante dejar a un hombre sin el
placer, siquiera, de una negativa. Como quiera que tampoco responde a eso, a
los quince días toma una decisión antológica: dejarla. Textualmente, Jabois le
escribe: “Es lo mejor, porque nos estamos empezando a hacer daño”.
–
¿Y tú has hecho lo mismo? – le pregunta este
redactor, casi temiendo la respuesta.
Crápula pide un nuevo coñac y sonríe.
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