domingo, 13 de abril de 2014

La última lectura

Cuenta Fernando Fernán Gómez que, en su época de crápula noctámbulo, la costumbre era iniciar la noche en el cine, para rápidamente, en cuanto acababa la sesión, dirigirse al café Gijón. El inconveniente era que cerraba pronto, y entonces tenían que correr a la terraza del Riscal, donde aguantaban media hora más hasta que cerraba. De ahí a otros locales, situados a las afueras, hasta que bajaban la persiana. Los más irreductibles continuaban la fiesta en gasolineras, pero se acabó prohibiendo eso. Así que a alguno de aquellos juerguistas le vino a la cabeza que había un local en Madrid que no podía cerrar: el bar del aeropuerto. De modo que allí se dirigía el grupo, formado por seis o siete chicas de alterne, dos o tres mujeres artistas y una banda de borrachos. Esto duró hasta que la autoridad decidió, también, prohibirlo, por lo que la turista sueca que llegaba en un vuelo con retraso a Barajas a las 4 de la mañana ya no podía quedarse epatada viendo a esa pandilla de enloquecidos haciendo el cabra y cantando flamenco.


A Fernando no se le ocurrió una alternativa aún más depravada, que todavía hoy determinados individuos practican con asiduidad: tomarse la penúltima en el tanatorio. En cierta ocasión conocimos a un tipo que solía dirigirse, cuando lo último decente de la ciudad cerraba, al bar del tanatorio. Al parecer, las copas allí están tiradas de precio, y no hay horario de cierre. Todo ventajas. Incluso tienes lectura. En estos lugares de copeo tan, cómo decirlo, peculiares, se encuentra con facilidad la revista Adiós, publicación que cuenta con 16 años de vida y mantiene informado al todavía vivo lector de todo aquello relacionado con el mundo funerario. Conozcamos en primer lugar al héroe sin escrúpulos que edita la cabecera de tan descriptivo título:

Jesús Pozo, se llama. ¿A qué no podéis dejar de imaginar 
la foto en el mármol de una lápida? ¿Eh?

Hagamos un repaso por lo más destacado del último número de la revista. La portada no ofrece lugar a sorpresa (es lo bueno que tiene la muerte, que sabes como acaba):

¡Presente a concurso el de su localidad! Esos cipreses hay que mostrarlos al mundo, hombre.

La fuente habitual de financiación de una revista, la publicidad, está, como se pueden imaginar, expresamente seleccionada para la ocasion: encontramos anuncios de compañías de seguros, féretros, hornos crematorios, etc. Nuestro favorito es éste:

No podemos obviar el hecho de que entre las especificaciones 
del coche no destacan las medidas de seguridad con las que cuenta. 
Como seguramente dirían en la agencia de publicidad, "ya pa qué".

Nuestro redactor predilecto no es otro que el encargado de la sección Versos para el adiós, don Javier Gil Martín, por cuestiones obvias:

  Sí. Sale con los ojos cerrados. No puede decir que mire a la muerte de frente, precisamente.

Sin embargo, nuestra sección favorita no es la de Javi Gil. ¿Les ha parecido extraña la revista? Pues espérense, que dentro de ella, hay un par de páginas con el encabezado Mundo funerario excéntrico. Lo excéntrico dentro de lo imposible. Toma del frasco. En el último número de Adiós, las noticias incluidas en esta sección son:
    - Lenin contra Vuitton (la momia de Lenin debe de ser algo así como la mascota de la redacción, imaginamos).
    - Un cementerio en medio de la villa olímpica de Sochi (si alguno se estampa haciendo slaloms, su legación diplomática lo tiene bien a mano).
    - La funeraria Martín lo ha vuelto a hacer.
 
Cómo son los de la Martín, hay que ver, qué cabrones


Uno nunca sabe dónde se estará tomando el gintonic que le acompañará al otro barrio. Tal vez sea como en Sochi, le pille en el tanatorio de la M-30, y ya aproveche y se quede ahí. Al llegar el fatal momento, los amigos dirán, con pesar y resignación: "al menos ha dejado de leer Adiós".

No hay comentarios:

Publicar un comentario