Leemos en estos días Anatomía de un instante, el libro publicado en 2010 por Javier Cercas. Como muchos de ustedes sabrán, es la crónica del golpe de estado del 23-F partiendo de un gesto, el del presidente Adolfo Suárez sentado en su escaño del hemiciclo mientras las balas zumbaban a su alrededor.
Observar con perspectiva lo acontecido en aquellos años de transición me hace pensar en la ruindad como pueblo de los españoles. Estas reflexiones se acentúan cuando vimos hace apenas dos meses que, con motivo del fallecimiento de Suárez, España entera estallaba en un valle de lágrimas y la mezquindad y la hipocresía se apoderaba de casi todos nosotros.
Tal y como cuenta Cercas, el mismo hombre por el que nos deshicimos en buenas palabras fue empujado a dimitir en enero de 1981 (no entraremos a analizar su gestión política: ni tenemos el suficiente conocimiento ni es el objeto de esta columna), sintiendo la presión de los periodistas, los empresarios, los financieros, los militares, los políticos de derecha, de centro y de izquierda, Roma, Washington, la calle y la Casa Real. Es decir, todos. Sus apoyos eran prácticamente nulos. Hay una frase paradigmática de su vicepresidente, probablemente su único valedor a esas alturas, que le decía: "Dime la verdad, presidente, aparte del Rey, de ti y de mí, ¿hay alguien más que esté con nosotros?".
Se equivocaba Gutiérrez Mellado (el segundo de los tres diputados, junto a Carrillo y al propio presidente, que no se tiró al suelo cuando Tejero entró al Congreso pistola en mano) en lo del Rey. Para muestra del enorme sentido de estado del monarca, cuando Adolfo Suárez se presentó en Zarzuela para presentar su dimisión, Juan Carlos no tuvo una sola palabra de gratitud; se limitó a llamar a su secretario, Sabino Fernández Campo y señalando despectivamente con un dedo a Suárez, decir: "éste se va".
Si el Jefe del Estado es un personaje de esta calaña, qué nos podremos esperar del pueblo. Como recuerda Arturo Pérez-Reverte en la serie Una historia de España que escribe desde hace unos meses en XL Semanal, somos los españoles "una mezcla de vanidad, incultura, mala leche, violencia y fanatismo (...), aunque ahora el fanatismo -lo otro sigue igual- sea más de fútbol, demagogia política y
nacionalismo miserable, centralista o autonómico, que de púlpitos y
escapularios".
Por eso me río cuando algunos hablan del gran país que somos. Cuando individuos como González Pons hablan de que podemos ser el mejor país de Europa (estas palabras hacen llorar a sus hijos). Bullshit. No hay ninguna razón de peso para afirmar que España como pueblo mola más que, por ejemplo, la República Checa. En fin, el fanatismo del que habla el amigo Arturo.
Mientras tanto, seguiremos llorando y alabando a Adolfo Suárez o al muerto de turno, cuando en vida todos los españoles le repudiamos.
España.
Que buena reflexión. Visto el resultado de las últimas europeas en la Comunitat es como para temblar del sentido reflexivo y crítico de los ciudadanos de esta nuestra Comunitat.
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