domingo, 1 de junio de 2014

Baila mi son

Todo comenzó un primaveral domingo del mes de mayo cuando decido, por voluntad propia, conceder parte de mi tiempo a la montaña y la vida en la intemperie. Lo que parecía llegar a ser un apacible día con restos de otros vestigios humanos casi se convierte en una tortura, perdida en los caminos forestales de las montañas colindantes al término municipal de Enguera.

 
El paisaje se sucede con tal similitud a nuestros ojos que empezamos a dudar si estamos dando vueltas al mismo sitio una y otra vez. Mientas dure la luz del sol, no tengo problema; me digo mientras compruebo en mi mochila los víveres de que dispongo por la posible y mala fortuna de tener que pasar la noche al raso.



Cálmense, mi supervivencia no es lo que más me preocupaba en ese momento. Por factores que ahora mismo no vienen al caso, fui a parar a un grupo de excursionistas unidos entre ellos por un factor común: los ritmos caribeños.

Secuestrada en el vehículo de uno de ellos, fui torturada hora tras hora mientras acariciaba con la mirada las cumbres de la Canal de Navarrés cual reo con las agujas ya inyectas en sus brazos.
En mi encierro, las letras sensuales se iban apoderando de mi ser. Mis verdugos cantaban a la vez que el compact disc giraba sin descanso. Una y otra vez. Sus hombros se alzaban al son de las notas musicales e incluso soltaban el volante si la ocasión requería un giro inesperado de muñeca. Sus ojos se cerraban con sentimiento anhelantes de llegar pronto a la ciudad y acudir a la llamada de esos templos de martirio, identificados por lo general con nombres tropicales, dulzones y pegajosos.

Explícame por qué razón no me miras
La cara será que no quieres que note
Que sigues enamorada tus ojos demuestran
Pasión y falsos sentimientos por el hecho
De tú rechazarme mientras tiembles por dentro te voy a ser sincero y confieso
No te miento te extraño y a pesar que transcurrió
Tanto tiempo aún guardo tu retrato.
Y a dónde irá esté amor todita la ilusión
Me pregunto a cada instante conmigo no podrás,
Te conozco de más, tú todavía me amas,
No importa que hoy te alejes de mí,
Me extrañarás mañana.

 
Mi subconsciente repite los versos que recorren mi sistema nervioso, llegando hasta mis pies, que comienzan a danzar al son latino casi sin darme cuenta. Obligan con adentrarme entre ellos, con llevarme a uno de esos viciosos santuarios y yo me aferro al cinturón de seguridad implorando a todo dios que me escuche que me saque pronto de aquel paraje, que me aleje de ellos o que me llame a su bendita gloria.

Todavía me une a ellos la desesperación por encontrar la salida y volver sanos y salvos a casa, por lo que trato de conservar cierto grado de empatía. Irónicamente, son mis carceleros los que a su vez van a concederme mi libertad.

El vehículo se detiene a mitad de camino y mi terror va en aumento. Ya está. Terminó. Me van a dejar tirada de pies y manos a merced de cualquier animal salvaje. Cuál es mi sorpresa cuando dos de los individuos descienden del coche y dan comienzo a un ritual dantesco que soy incapaz de tolerar. Decibelios aumentan, manos testigos del acontecimiento aplauden y dos de ellos danzan entrelazados entre sí en un enredo de caderas y obscenos rozamientos. Trato de escapar en el momento preciso en que el trance se apodera de ellos, pero las puertas traseras tienen seguro anti niños y mis esfuerzos resultan infructuosos.

Como si de la danza de la lluvia se tratara, este jolgorio repentino ha dado sus frutos y una carretera asfaltada aparece en nuestro campo de visión, para celebrado regocijo de ellos; para eterno alivio mío.

No sabrán ustedes jamás, cuál fue la sensación que me produjo llegar, 4 horas después de mi cautiverio, a mi coche, encender la radio, y que las guitarras de los Rolling Stones entonaran mi codiciado “Satisfaction”....


I can't get no satisfaction,
i can't get no satisfaction.
'cause i try and i try and i try and i try.
i can't get no, i can't get no.

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