martes, 10 de junio de 2014

A mí me sirve

Estimado Castellote,

En el momento de comenzar esta nueva sección que nos hemos sacado de la chistera, me doy cuenta de que, en la corta vida del blog (apenas 60 y tantas entradas), usted y yo hemos querido iniciar, cada uno, dos seriales -Reglas Ser Crápula y Mi fracaso personal, para mí; Horteras de ciudad y Carta a Artur Mas, para usted- de los cuales tan solo el primero parece tener visos de continuidad. A mí esto me hace pensar, qué quiere que le diga. Sostengo la teoría de que la forma que un hombre tiene de jugar al fútbol transmite su personalidad. De igual modo pienso en cuanto a la escritura y sus hábitos. Quiero decir, ¿se da cuenta de que en este limitado espacio de tiempo hemos abandonado ya nada menos que tres o cuatro proyectos de sección?

Es curioso que nos tengamos aprecio personal cuando coincidimos en tan pocas cosas. Ni en espiritualidad, ni en gustos por las mujeres (lo cual potencialmente podría ser causa de disputa; yo soy más de Benimaclet y usted, antes de su aburguesamiento, de Cánovas - corolario, no podemos salir juntos. Y sin embargo), ni en muchos de nuestros valores fundamentales, ni en equipo de fútbol, ni en el papel de Adolfo Suárez en la transición, ni en los cuatro elementos. Nos queda lo básico: la ginebra y los proyectos abandonados.

Interpreto esto que llamo los proyectos abandonados como nuestra propia incapacidad de alcanzar una completa felicidad. Sucede que no hemos nacido para ello. Lo feliz consistiría en tener un solo proyecto, realizable y asumible, alcanzarlo, y ya. Hecho. Done. Pero creo que coincidimos, usted y yo, en que no vamos por ahí. Al final, es lo que dice el maestro Manuel Alcántara: "la felicidad es una ráfaga, como si alguien se hubiera dejado abiertas las puertas del paraíso. La felicidad no es un estado de permanencia. Hay que tener voluntad de ser felices".

Esto nos ha generado algún que otro inconveniente, que podemos resumir en aquello que cantaba Lluís Llach: "si véns amb mí, no demanes un camí planer". Pero qué más da. Carecemos de la voluntad de ser felices y eso, paradójicamente, es lo que nos hace seguir avanzando. También dice el escritor Karl Ove Knausgard (este hombre existe, no me lo he inventado) que la felicidad es algo de lo que, hasta cierto punto, un autor debería huir. O recuerde al propio Nacho Vegas, que compuso sus mejores temas mientras la heroína le consumía. Así que yo tiendo a valorar nuestra capacidad de ser incapaces de alcanzar esa enfermedad que es la felicidad: al menos nos hace, sobre el papel, mejores escritores.

Nada importa, pues, querido Castellote, excepto que en un par de días empieza la Copa del Mundo, evento durante el cual nos redimimos y proyectamos la imagen de una vida completa, feliz y, por tanto, pseudomongólica.Y a mí me sirve.

Muéstrese de acuerdo, o no.

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