Sentado en el borde de la
cama, como en un cuadro de Hopper, miro el armario abierto de par en
par. No alcanzo a comprender por qué está así de vacío. Hoy te
has ido sin mirar atrás; no diré que de forma repentina pero, no
por menos esperada, la marcha es trágica. Los últimos meses me
recordaron, ya te lo dije, a la canción de McEnroe: “tormentas que
van anunciando el final / y el final nunca acaba”. Pero al fin ha
llegado. Seré muy breve: te he perdido y esto duele.
Hemos vivido muchas
historias juntos, lo sabes tan bien como yo. Hemos visto las heridas
todavía no cerradas de la guerra en Mostar, amaneceres en Roma, el
Mediterráneo en calma, hemos visto campos arder, neumáticos
quemados en barrios levantados en armas, pobreza, riqueza,
enfermedad. Hemos temblado como la pared golpeada por Tony Soprano de
pura rabia, despreciado el futuro como lo hizo Bubbles y cocinado
blue meth en el desierto de Nuevo México.
Yo he bebido ginebra a un
ritmo superior al que lo hace la reina de Inglaterra y tú has
aguantado que alguna gota te cayera por encima, sin alzar la voz.
Estabas ahí cuando hemos salido de farra con Calamaro o con Cámara.
Presente en éxitos y fracasos, en jornadas mágicas y momentos de
desesperación. Por el día llevas gafas de sol porque, no te
quejarás, vives más de noche que de día. Has tumbado a muchos de
tus semejantes, eres perro viejo.
Has llegado al final del
camino, pero poniendo en tu boca palabras de Vegas (sé que no te
gusta Nachete, cómo te he dado por saco con él; perdóname), “he
vivido bien y casi conocí en una ocasión a Michi Panero”. Hoy me
dices adiós, mi camisa favorita, y en este momento te recuerdo como
te gustaba despertar, arrugada y rendida tras una larga noche.
También te recuerdo bien planchada, en cuello, en puños, en la
parte que queda entre los botones. Como decías, de noche eras
imprevisible, pero de día y serena eras toda una señorita.
No temas, vas derecha al
cielo de las camisas. Donde no hay piezas de manga corta, ni de
cuadros Micolor, donde todas las ballenas están puestas en los
cuellos, donde las más pizpiretas se entallan y las viejas del lugar
se reúnen, sobrias y sabias, al atardecer. Botones bien cosidos,
bonitas corbatas con las que desahogarse de vez en cuando (¡que todo
el mundo tiene sus necesidades!), americanas a medida con las que
abrigarse cuando llegue el frío. Lo pasarás bien.
Sé que no encontraré a
otra como tú, Benetton de rayas. See you in other life.
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